De pronto recordó por qué (casi) se había desmayado. Estaban en una plaza, con una pequeña iglesia, unos cuantos árboles, algunos bancos y una fuente, pero para ella no era una plaza cualquiera, la primera vez que la había pisado después del desastre se había caído de rodillas sin poder hacer nada por evitarlo y había tenido que fingir un tropiezo para no asustar a las personas que iban con ella. Porque allí, aquella iglesia y aquellos árboles habían sido testigos de su primer beso con él. ¿Un beso de verdad? Al principio quería pensar que sí, un sí que tímidamente intentaba abrirse paso entre recuerdos pasados sin conseguirlo, así que, después, había pensado que no, que él había sido uno como tantos otros, de usar y tirar, un poco más amable que los demás, pero simplemente uno de tantos.
Mucho tiempo después había descubierto que los sentimientos de él hacia ella no habían cambiado (o eso creía) y su corazón, su frío corazón, se había estremecido y había generado una pequeña calidez que no se apagó en unos días, así que al cabo de unas semanas, el sí tímido que quería destacar por encima de los recuerdos se convirtió en un sí fuerte, escrito con mayúsculas y signos de exclamación. Y ahora... ahora simplemente era un sí sin fuerza y alma, que se escapaba entre los dedos exactamente igual que se escapa la brisa cuando intentas cogerla.