sábado, 24 de enero de 2009

Entrada 2.


Se agitaba en sueños mientras intentaba despertar. Las manos agarraban las sábanas fuertemente intentando escapar del dolor, del sufrimiento.
Otra vez soñaba que mataban a sus padres, éstos iban caminando de la mano por una concurrida calle de un barrio muy bonito de una ciudad desconocida, de la mano, hablando y riendo como unos jóvenes enamorados; de pronto todo cambiaba, la calle se oscurecía y no habían farolas para alumbrarla, empezaba a llover y el barrio se quedaba desierto en cuestión de minutos. Entonces un encapuchado se acercaba rápidamente a sus padres y su madre caía de rodillas, apuñalada, muerta antes de tocar el suelo, y su padre intentaba huir, dominar el pánico que crecía en él al ver a su esposa muerta, pero el encapuchado sacaba un arma de su abrigo y en milésimas de segundo el hombre era un cádaver cada vez más frío y pálido.
Despertó gritando, como tantas otras veces. Ese sueño la acosaba desde que ingresó en el orfanato, de lo cual ya hacía años. En los días en los que se deprimía o entristecía por causas en un principio desconocidas, sabía que el sueño estaba al acecho, preparado para saltar al caer rendida en la cama. Dolía, dolía mucho presenciar y recordar el sueño, pero a la vez había una parte de ella que lo disfrutaba, lo paladeaba, si es que se puede disfrutar del sufrimiento, porque únicamente en sueños veía a sus padres y recordaba sus rostros, ya que cuando despertaba era incapaz de recordar absolutamente nada, ni siquiera el color de pelo de su madre ni la chaqueta de su padre.
Cuando soñaba, cuando su mente se rendía ante el poder del sueño, antes de que la calle se oscureciera y apareciese aquel hombre (¿o tal vez era una mujer?) encapuchado, sentía una felicidad que estaba lejos de experimentar cuando estaba despierta.

2 comentarios:

M.P. dijo...

q paranoia

Anónimo dijo...

PAULA ERES UNA ÍDOLAAA